María José Borsani

Sábado 19 de Septiembre 2020

Por María José Borsani
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Estas líneas pueden considerarse como una adenda del artículo “La nueva normalidad educativa y el nombre de las cosas” publicado en el 25 de julio del 2020 en el suplemento Educación de La Capital. Hubiese preferido no tener que escribirlo y que, al referirme a niñeces y adolescencias retornando a la escuela hubiera quedado claro que la vuelta en las mejores condiciones es un derecho que asiste a tod@s los alumnos sin distinción alguna, tod@s, con o sin discapacidad, pero las circunstancias de mayor vulnerabilidad de algunos aprendientes del segundo grupo me mueven a estas referencias específicas.

Aún sabiendo que en muchos lugares la presencialidad se ve como una opción muy remota es de augurar que al abrir las aulas tod@s encuentren su lugar y que aquello que el distanciamiento sustrajo de la vida cotidiana se presentifique con la fuerza del derecho a la educación. En este sentido, y en el mientras tanto, parece oportuno hacer algunas puntuaciones acerca del retorno a las aulas de los alumnos con diversidad funcional para que vuelvan como uno más, sí como un alumn@ más, teniendo garantizada su participación a recibir la mejor oferta educativa.

Ante el avance del coronavirus la modalidad de “educación especial” salió al encuentro de sus alumnos sosteniendo lazo y presencia a pesar de los múltiples obstáculos que la coyuntura le presentó. Tuvo que repensar modos, prácticas, estrategias e intervenciones y efectivizarlas en escenarios que de por sí ya se erigen como barreras. Y lo hizo, se puso de pié, caminó con el desafío a cuestas y llegó a concretarlo, algunas veces en la mayor de las soledades, otras acompañada por profesionales o equipos de apoyo a la inclusión, articulando trabajo, o no, con maestras integradoras, o en parejas pedagógicas con otros docentes de modalidad común y/o especial. Intentó ir más allá de las duplas antinómicas de normalidad—anormalidad, salud—enfermedad, educar—rehabilitar, capacidad—discapacidad y apostó en acompañar y andamiar a sus alumnos y grupos familiares al diseñar propuestas curriculares en contexto para no profundizar desigualdades preexistentes.

"La modalidad especial tuvo que repensar prácticas y estrategias, y efectivizarlas en escenarios que de por sí se erigen como barreras"
Hoy, la clave del retorno para los alumnos de la modalidad especial pivotea en la accesibilidad al aula, accesibilidad real y simbólica, donde una no se dará sin la otra, donde circulen afectos, miradas, palabras, saberes. Accesibilidad a espacios donde los aprendientes se desplacen conservando distancia pero con autonomía, caminando, con bastones o en sillas de ruedas. Accesibilidad comunicacional, con tapabocas sí, pero donde de ser necesario se vean los labios del decir de las palabras y se las escuche con la fuerza del sonido o de las señas. Accesibilidad actitudinal, comunicacional, instrumental, metodológica, tecnológica. Accesibilidad donde la presencia de los acompañantes esté considerada de antemano en los protocolos administrativos, donde la cantidad de personas (de contactos personales) no reproduzca la lógica de “alumnos e integrados” de la escuela integradora porque todos son alumnos, y algunos para estar en el aula necesitan de su profesional de apoyo. Accesibilidad que contemple con la debida anticipación las configuraciones de apoyo, recursos, ajustes razonables, apoyos adicionales y demás dispositivos que garantizan el bienestar de cada alumno.

Pensando la posibilidad de volver a las aulas sabemos que será en un contexto diferente al que dejamos en marzo, el escenario es otro, para tod@s y a pesar de estar signados por las restricciones que impone el Covid-19 el sentido del retorno ha de ser el inclusivo donde prime el paradigma del derecho y la idea de educar en el marco de los servicios comunes y universales. No ya en espacios lo menos restrictivos posibles como se propuso desde el paradigma integrador, sino en espacios inclusivos donde los estudiantes de una comunidad aprenden juntos independientemente de sus condiciones personales, sociales y culturales. Tanto desde la modalidad de escuela especial como desde la común hoy se piensa en construir una escuela para tod@s donde la heterogeneidad, lo diverso, lo distintivo sea el denominador común que supere al paradigma medicalizador y patologizador de infancias y adolescencias.

La mirada entonces se corre del sujeto al contexto para ubicar las barreras discapacitantes que impone la coyuntura. Una vez más las mayores barreras no son las urbanísticas y arquitectónicas sino las pedagógicas e ideológicas.

Seguramente la certeza esté en abrir las aulas con tapabocas, con alcohol en gel, con la debida distancia social pero también con la debida sensibilidad, amorosidad y solidaridad que requiere el momento. Y por que no apostar a ir más allá al pensar la “discapacidad” en clave de diversidad, diversidad funcional, como un constructo social resignificado en tiempos de pandemia.

El modelo de la diversidad supera el eje teórico de la discapacidad ya que éste último no da respuesta a los nuevos retos bioéticos. Y además, ha sido impuesto por los otros modelos anteriores en un vano intento de ser como el otro, de “aspirar a la normalidad”, estadísticamente incompatible con la diversidad que caracteriza a las personas con diversidad funcional. Y que es incondicional. Todos los hombres y mujeres, con o sin discapacidad, tienen la misma dignidad y derechos humanos.

El eje teórico es la dignidad de las personas que pertenecen a la diversidad, en este caso a la diversidad funcional. Una dignidad que es valor inherente a todos los seres humanos y que no está vinculada a la capacidad. La diversidad se entiende como una realidad incontestable que aporta riqueza a una sociedad formada por personas que son funcionalmente diversas a lo largo de la vida.

Es en este concepto de dignidad en el que parece estar una de las claves de las incoherencias discriminatorias de la realidad actual y sobre las que se impone el superar los conceptos de capacidad o valía como expresiones segregatorias de ciertos paradigmas educativos.

En el contexto de estas reflexiones y apoyados en la figura del oximorón, podemos vincular la palabra común con la especial para construir una nueva significación de la escuela. Ya no común o especial como modalidades contrapuestas sino una escuela inclusiva donde lo especial es lo común. Si podemos avanzar en la interpretación de esta paradoja quizás podamos construir una escuela inclusiva, una escuela amplia y plural donde ya no sea necesario referenciarla desde los términos común ni especial, superando así la tensión planteada en esta antinomia. Y en el mejor de los casos, podamos construir una escuela para tod@s, una escuela para tod@s y para cada un@, dejando ya de usar, por innecesaria, la adjetivación de inclusiva.

Entonces, y aunque suene a distopía, hasta que encontremos la forma de nombrar este regreso a las aulas aspiremos a que esta “nueva normalidad educativa” lo sea desde una “nueva normalidad contrahegemónica”.

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